La Cuaresma nos ofrece la oportunidad de profundizar en la
importancia de la Palabra de Dios, del ayuno y de la caridad para asumir
nuestro compromiso cristiano. La lectura de la Sagrada Escritura es un camino
privilegiado para ahondar en nuestra relación con Dios pues la luz de su
Palabra nos ayuda a hacer una lectura creyente de la realidad. Así lo
contemplamos en nuestro plan pastoral diocesano. Es necesario familiarizarse
con la Biblia sabiendo que como escribe san Juan Crisóstomo, “ningún acto de
virtud puede ser grande si de él no se sigue también provecho para los otros...
Así pues, por más que te pases el día en ayunas, por más que duermas sobre el
duro suelo, y comas ceniza, y suspires continuamente, si no haces bien a otros,
no haces nada grande”. El ayuno es siempre importante para crecer en la libertad donde
percibimos que es más feliz el que más da, porque “hay mayor alegría en dar
que en recibir” (Hch 20,35), imitando el amor gratuito de Dios. El ayuno que
Dios quiere es compartir nuestro pan con el hambriento, ayudando a tantas
personas que están reclamando nuestra solidaridad, no sólo con lo que nos
sobra sino incluso con lo que necesitamos; acompañar a los que están enfermos
en su cuerpo o en su espíritu; y denunciar toda injusticia. Nuestro ayuno como
gesto profético y acción eficaz, cobra sentido para que otros no ayunen a la
fuerza, y acredita nuestro mensaje evangélico. “Las Sagradas Escrituras y toda
la tradición cristiana enseñan que el ayuno es una gran ayuda para evitar el
pecado y todo lo que induce a él (…). Puesto que el pecado y sus consecuencias
nos oprimen a todos, el ayuno se nos ofrece como un medio para recuperar la
amistad con el Señor”. La caridad, “corazón de la vida cristiana”, es signo de la
conversión cristiana. Nos lleva a “fijar la mirada en el otro, ante todo en Jesús, y
a estar atentos los unos a los otros, a no mostrarse extraños, indiferentes a la
suerte de los hermanos. Sin embargo, con frecuencia prevalece la actitud
contraria: la indiferencia o el desinterés, que nacen del egoísmo, encubierto bajo
la apariencia del respeto por la «esfera privada”.
Nuestra conversión no consiste en adquirir la perfección en solitario y por nuestra cuenta, sino en ser
mejores hijos de Dios, mejores hermanos y amigos, en particular de quienes
sufren y esperan nuestra ayuda. “El gran mandamiento del amor al prójimo
exige y urge a tomar conciencia de que tenemos una responsabilidad respecto a
quien, como yo, es criatura e hijo de Dios: el hecho de ser hermanos en
humanidad y, en muchos casos, también en la fe, debe llevarnos a ver en el otro
a un verdadero alter ego, a quien el Señor ama infinitamente”.
Fragmento de la carta pastoral de nuestro arzobispo con motivo de la cuaresma de este año.
+ Julián Barrio Barrio,
Arzobispo de Santiago de Compostela